Los partidos y la fatiga de la democracia, especial referencia al caso de América Latina

Manuel Alcántara Sáez*

DOI 10.35242/RDE_2019_28_1

Nota del Consejo Editorial

Recepción: 18 de marzo de 2019.

Revisión, corrección y aprobación: 10 de mayo de 2019.

Resumen: Analiza el desgaste del sistema democrático y de los partidos políticos al amparo del avance en las tecnologías de la información y de la comunicación que han tenido un impacto trascendental en la evolución de los partidos y los sistemas de partidos ante el referido nuevo ciclo político latinoamericano. Dentro del llamado cuarto ciclo político de la región se presentan síntomas de fatiga de la democracia, en donde también están presentes las nuevas formas de comunicación (redes sociales) y que se evidencia en el malestar que impera en las sociedades y la crisis que afecta a las instituciones representativas.

Palabras clave: Debilitamiento de la democracia / Sistema de partidos políticos / Comunicación política / Redes sociales / Medios de comunicación / Apatía partidaria / Apatía política / América Latina.

Abstract: It analyzes the erosion of the democratic system and the political parties in light of the advancement in information technology and communication, which have had a transcendental impact in the evolution of parties and the party system in regard to the so called new Latin American political cycle.  Within this fourth political cycle of the region, there are signs of fatigue of the democracy in which the new forms of communication are also present (social networks), and which is evident in the discontent of the societies and the crisis that affects the representative institutions.

Key Words: Weakening of democracy / System of political parties / Political communication / Social networks / Mass media / Party apathy / Political apathy / Latin America.

 

 

 

 

 

 

1.       Introducción

El hecho de que América Latina haya entrado en un nuevo ciclo en su política amerita llevar a cabo una reflexión sobre las principales líneas que la definen. Se trata, además, de un escenario que coincide con profundas y vertiginosas transformaciones que han venido intensificándose en los últimos lustros. El enorme desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación ha tenido consecuencias imprevistas que chocan con reglas y valores del pasado. En esta dirección y, siguiendo lo señalado por Amstrong, en el sentido de que “la modernización siempre ha sido un proceso doloroso” (2009, p. 29)[1], los cambios producidos conllevan un impacto sobresaliente sobre el sistema político democrático que venía asentándose en las últimas décadas. El golpe en la política por parte de las mutaciones producidas la afecta significativamente. Los primeros síntomas son de fatiga inequívoca.

Los partidos políticos desde hace un siglo constituyen un elemento central en la operatividad democrática. Si no hay democracia representativa sin partidos, no es menos cierto que aquellos conjugan permanentemente tensiones que se dan en el ámbito de lo institucional con las que se producen en la sociedad. Las alteraciones en sus funciones adecuándose a la realidad en que se hallan inscritos, así como en su estructura organizativa, son piezas clave en el entendimiento de la política, algo que va a suponer el eje primordial del presente ensayo.

Este texto se articula en tres apartados. En primer lugar, por su impacto en la política, se abordan aspectos relativos al estado actual de las relaciones entre comunicación, economía y sociedad al amparo de las nuevas tecnologías; continúa con la tipificación de lo que se entiende que es la fatiga de la democracia inserta en el escenario anterior y, en alguna medida consecuencia de este; sigue con los rasgos en la evolución habida en los partidos y los sistemas de partidos ante el referido nuevo ciclo político latinoamericano. El texto cierra con unas conclusiones que abren interrogantes sobre el futuro a corto y a medio plazo.

 

 

2.       Comunicación, economía y sociedad en las dos primeras décadas del siglo XXI

El mundo globalizado contempla hoy el ascenso de nuevos jugadores que son conglomerados empresariales de insólito vigor (Apple, Microsoft, Amazon, Facebook) insertos en la nueva economía de la materia oscura, de lo intangible y de lo simbólico[2]. Este escenario trae consigo un cambio de enorme trascendencia sobre el papel de los Estados nacionales que hasta ahora han venido constituyendo la unidad por excelencia donde se escenifica la política. Dicho cambio se ha dado por las transformaciones generadas en la arena tecnológica sobre los ámbitos de la información y de la comunicación. Pero al mismo tiempo y de forma también muy significativa se ha dado un impacto sobresaliente en otros dos niveles sobre los que hasta finales del siglo XX no había habido huella alguna: el significado de los nuevos soportes en manos de la gente y la capacidad de almacenar los datos generados y, posteriormente, interpretarlos por otros agentes.

Desde la perspectiva de la política, los nuevos soportes en las tecnologías de la información y de la comunicación tienen un impacto enorme. Estas tecnologías conllevan cinco características independientes que configuran su frescura y su trascendencia. En primer lugar, son universales: a comienzos de 2019, y con justo tres décadas de desarrollo, Internet llega a 4 388 millones de personas, es decir, algo más de la mitad del planeta cuya tasa de penetración en 17 países es superior al 90% (Galeano, 2019). Conviene recordar que el teléfono fijo tardó 75 años para que su número de usuarios alcanzara a 100 millones de personas. En segundo lugar, son inmediatas, es decir, permiten la conectividad instantánea en tiempo real. En tercer lugar, son portables (el uso de teléfonos celulares es potestad de dos tercios de la humanidad -el 52% de la población mundial accede a Internet por medio de su celular-). En cuarto lugar, son reflexivas, ya que permiten la respuesta y la interconexión. Finalmente, facilitan la hiperconectividad por la que se puede estar a la vez en diferentes escenarios, y son multifunción, pues facilitan al mismo tiempo el uso de la voz y su utilización como cámara de fotos, reloj, agenda personal, quiosco de prensa e instrumento de pago en las cada vez más habituales operaciones de comercio electrónico.

Todo ello comporta aspectos nuevos de la interacción social como son la posibilidad de actuar anónimamente, la viralidad que un mensaje puede tomar en la red llegando a millones de usuarios en un tiempo muy reducido, el sentimiento de empoderamiento que logra quien está en posesión de una terminal, la posibilidad de llevar a cabo acciones cooperativas, el acceso a cuantiosas fuentes de información y la conciencia de pertenecer una comunidad virtual.

Sin embargo, la aparente facilidad en la comunicación, que dinamizan las técnicas de propaganda, y la movilización de simpatizantes de manera virtual -consiguiendo la aquiescencia explícita de los mensajes, así como, en el mejor de los casos, hacer que concurran a la plaza-, tiene un lado menos positivo. Como ponen de relieve tanto Byung-Chul Han (2012), las tecnologías digitales están generando una mutación del ser humano, y aceleran de forma tan vertiginosa el tiempo que no dejan espacio para la pausa, la escucha o la capacidad crítica ponderada. Según Berardi en entrevista realizada por Massot, “los dispositivos tecnológicos se han convertido en una prótesis de nuestros cuerpos y en una herramienta de relación permanente con el mundo, devaluando así nuestra experiencia directa e inmediata de la realidad, afectando a las emociones, el psiquismo, la percepción y la relación con el otro” (2019, párr. 1).

La naturaleza de las nuevas tecnologías, por otra parte, dificulta la argumentación, sintetiza hasta tal extremo la información que hace muy difícil su comprensión contextual y facilita el incremento del impacto y de la velocidad de propagación de las noticias falsas[3] (que siempre existieron) basadas en la emoción y en la segmentación de los ciudadanos en comunidades que actúan como cajas de resonancia. En este sentido, Taleb (2016) subraya cómo la mayoría falsifica públicamente sus preferencias para encajar dentro de su grupo adoptando posiciones extremas bajo la creencia equivocada de que son posiciones de consenso en el colectivo en que se quiere permanecer, cuando en el fondo lo son solo de sus cabecillas más gritones.

Berardi es muy pesimista con respecto a la democracia que concibe como “la dimensión donde nadie tiene razón porque todos tienen derecho a razonar conflictivamente en una sociedad abierta, porque no hay verdad, pues la verdad es el diálogo, y eso no significa nada hoy” (Massot, 2019, párr. 7). Es la aceleración vivida en el universo de las tecnologías de la comunicación y de la información la que hace de manera absolutamente innovadora que el diálogo se verifique:

…entre el individuo y la pantalla, el individuo y la máquina, [habiendo] que respetar las reglas ineludibles de la máquina digital, que son las reglas de las finanzas. Ingresar en el mundo de la economía financiera significa entrar en una dimensión en la que las reglas están escritas en la máquina, y no se pueden discutir. (Massot, 2019, párr. 7).

Si la democracia es la posibilidad de discutir todo, principalmente las reglas, entonces, afirma: “la democracia está muerta” (Massot, 2019, párr. 7), añadiendo: “la prueba la hemos visto en Grecia, en todos los lugares. Con la democracia no se puede cambiar nada. La revuelta de los chalecos amarillos es la última demostración” (Massot, 2019, párr. 7). La desesperanza se extiende iluminando una democracia de audiencias, ya no tanto en el sentido de Bernad Manin (1998), porque ahora se configuran escenarios de manipulación de masas en red donde las emociones desempeñan un papel inusual. Aquí, la política pierde pie y, como más adelante se verá, las instituciones de la democracia representativa que, por excelencia, son los partidos políticos encuentran un flanco débil.

Pero hay un segundo ámbito generado por las nuevas tecnologías en una dimensión diferente que no deja de complementar a lo recién enunciado y que se articula sobre la capacidad de capturar y de almacenar los datos generados. Los soportes utilizados en la comunicación o en el acceso a la información, así como otras aplicaciones en el marco de lo que se ha venido a denominar la Internet de las cosas, son instrumentos de almacenamiento de extremada eficacia. Pero, además, seguidamente, se cuenta con la capacidad de interpretar los datos, con independencia de su número, y de volverlos operativos para posibilitar otras actuaciones por otros agentes. La nueva dimensión que vierte el mundo del big data y las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial[4] constituyen un reto doble para la política. En efecto, no basta con extraer datos personales para reconocer perfiles de potenciales consumidores o votantes; se busca dar un paso más: influir decisivamente en los comportamientos.

Así, por una parte, la política, tras ser durante décadas la cenicienta de las ciencias sociales, en afortunada expresión de Harold Laski (1936), por su inveterada carencia de datos y su excesiva dependencia de lo especulativo, se convierte en un receptáculo donde millones de datos esperan una interpretación. El sueño de Giovanni Sartori (2006) de abandonar la filosofía para adentrarse en un universo cuantificable ya no es tal. Por otra parte, los avances en la inteligencia artificial llegan a cuestionar, por ejemplo, la existencia del libre albedrío como ha planteado recientemente de manera provocativa Yuval Noah Harari (2019) dibujando un panorama de cerebros que pueden ser pirateados[5]. La capacidad de desentrañar pautas de comportamiento, declaraciones de posiciones políticas, así como la propia gestación de redes posibilita interpretar tanto las múltiples interconexiones que llevan a cabo los individuos como el significado de algo tan profundo como son las emociones. La inteligencia artificial cuenta con tres facultades que la dotan de un notable vigor: poder interpretar situaciones de todo tipo, pudiendo evaluar de modo automatizado estados de hecho en el seno de un corpus de datos, detentar el poder de sugerir diferentes soluciones para abordar un mismo problema, y ser capaz de manifestar autonomía decisional, es decir, tiene la capacidad de emprender acciones sin validación humana previa[6]. Quien controla los datos lo controla todo.

Si la política durante mucho tiempo ha descansado en cuestiones básicas para la estructuración de los sistemas de partidos tales como la construcción de la confianza o la definición de la identidad sobre las que los estudiosos conocían muy poco acerca de sus mecanismos constitutivos, ahora se abre una oportunidad única a la hora de navegar en el proceloso mundo del yo. El propio Yuval Noah Harari subraya que:

…el liberalismo ha desarrollado un impresionante arsenal de argumentos e instituciones para defender las libertades individuales contra ataques externos de Gobiernos represores y religiones intolerantes, pero no está preparado para una situación en la que la libertad individual se socava desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad” e “individual” ya no tienen mucho sentido. (2019, párr. 8).

De esta suerte, una vez desdibujado el terreno de lo público, se abren nuevos terrenos de análisis donde las ciencias de la computación, las neurociencias, la bioingeniería y la psicología tienen mucho que decir, así como todo el entramado de conocimientos en torno al mundo de la comunicación.

La política se desvanece, además, en la estructura de las relaciones que impulsan las nuevas tramas de la economía marcadas por el capitalismo digital el cual supone una nueva forma de operar que incrusta las tecnologías de la información en todos los procesos y productos. El neoliberalismo triunfa, no solo por sus propuestas económicas en clave del paroxismo del consumismo y del triunfo de la faceta financiera de la economía sobre la productiva, sino por haber incorporado a la sociedad consistentes pautas culturales. Las ideas de competencia irrestricta entre sus miembros, de soledad profunda y de individualismo egoísta a ultranza, guían el comportamiento de los individuos en un escenario de agudo incremento de la desigualdad a nivel mundial (Milanovic, 2017). En este sentido, es interesante constatar cómo las expresiones contestatarias que se dan paulatinamente son configuradas como antipolíticas, paraguas terminológico bajo el que se amparan propuestas muy diferentes. La sociedad moderna líquida[7] se ve acompañada en el actual momento, ya avanzado el siglo XXI, por instituciones tradicionalmente sólidas que punteaban la realidad que, sin embargo, se desvanecen. Las transformaciones en el universo de los partidos políticos son una clara evidencia en la medida de la pérdida masiva de confianza en ellos, la centralidad de los candidatos sobre las maquinarias partidistas y la pérdida de identificación del electorado con sus etiquetas.

Además, la economía de datos está transformando las reglas económicas en un mero juego de apropiación del valor creado que contribuye a confundir el mercado de trabajo y, por ende, a las relaciones laborales con el consiguiente impacto entre los trabajadores. Se ha dado paso a una realidad marcada por la precariedad, el ritmo cambiante e inestable, la celeridad de los acontecimientos y la dinámica agotadora y con tendencia al referido individualismo de las personas, ya que, según afirma, Piketty (2014), es más fácil que se haga rico un individuo que un grupo social. Es en este escenario en el que la democracia que, tras la caída del muro de Berlín se alzaba como la única legitimidad plausible, tiene ahora su avatar.

 

3.       La fatiga de la democracia

Dentro del escenario muy heterogéneo que constituye América Latina, hay un consenso generalizado en el hecho de que desde 1978 la región ha vivido inmersa en tres ciclos políticos que ya han quedado cerrados y que se encuentra inserta en el inicio de un cuarto[8] . En ese año las transiciones en República Dominicana y Ecuador iniciaron la gran transformación política que sufrió la región emparejándose con la tercera ola democratizadora, según terminología de Samuel Huntington (1991). El ciclo entonces iniciado, en el que se revalorizó la democracia a la par de mantenerse la matriz Estado-céntrica configurada tras la difusión de la visión de la CEPAL de la década de 1950, concluyó al final de la década de 1980 fruto del desgaste de esta matriz y del propio final de los periodos electorales iniciales. Un segundo ciclo dio paso a la puesta en marcha de un marco neoliberal y a la apertura de una agenda política en clave de gobernabilidad; su devenir concluyó de nuevo ante el recambio electoral y por los desajustes sociales que generaron las políticas pro mercado implementadas. El tercer ciclo, que comienza con el inicio del siglo y que puede denominarse del bolivarianismo o del socialismo del siglo XXI por las expresiones más populares e innovadoras del momento, se articula una vez más sobre la base del cambio electoral; cuenta con una visión claramente pro Estado en el marco de una fuerte expansión de las exportaciones de productos primarios, acompañada de fuertes liderazgos de nuevo cuño entre los que sobresale, por su carácter regional –no estrictamente nacional-, el de Hugo Chávez. Este ciclo concluye con la muerte de Chávez, el agotamiento del modelo exportador y las nuevas citas electorales.

En la actualidad, 2019, la región ha entrado en un nuevo ciclo, tras el periodo de renovación electoral acaecido en el último lustro[9]. Si bien es temprano para definirlo hay unas evidencias que le dan una impronta muy significativa[10]. En los quince procesos electorales presidenciales habidos desde 2015 hasta el inicio de 2019 se ha producido la alternancia en nueve de ellos. Sin embargo, en los seis países donde ha habido continuidad, en cuatro de ellos los resultados electorales han sido cuestionados por la oposición y/o por organismos internacionales de observación electoral, se trata de Honduras, Nicaragua, Paraguay y Venezuela. Solamente en Costa Rica y en República Dominicana, el partido en el gobierno revalidó la presidencia, con su reelección en este último. Aunque formalmente no hubo alternancia en Ecuador, la actuación del nuevo gobierno con respecto al anterior valida la idea de alternancia, aunque no se pueda reconocer como tal a efectos electorales. La evidencia, por consiguiente, avala la idea de una amplia alternancia en la región sinónimo del cambio político.

Ahora bien, hay un elemento que debe considerarse de manera complementaria. Se refiere a si se ha tratado o no de una alternancia drástica (con cambios profundos en la orientación de las políticas públicas, las relaciones internacionales y en la introducción de un nuevo estilo de gobierno a lo que no es ajena la posición ideológica del jefe del Estado). En los nueve casos que estoy considerando (Argentina, Brasil, Chile, Ecuador -aquí a priori no se registró alternancia, pero el gobierno entrante, tras tomar posesión, rompió con el legado de su predecesor y mentor, situándose en las antípodas políticas-, El Salvador, México, Colombia, Guatemala y Perú), el cambio merece el calificativo de drástico para los seis primeros.

En Nicaragua y Venezuela, países donde no se ha producido la alternancia y, además, el titular del Ejecutivo ha mantenido el poder, sus presidentes se enfrentan a fuertes movilizaciones populares que piden su renuncia y al desconocimiento de su mandato de buena parte de la comunidad internacional. El cuestionamiento de su mandato se debe a una combinación, por una parte, de repudio a la manipulación de las instituciones que llega a un control absoluto del Poder Judicial y de las instancias electorales y, por otra parte, a la completa ineficacia económica de su modelo que ha llevado a la emigración forzada de importantes contingentes de su población víctimas del desabastecimiento y de la inflación, más aguda en Venezuela. Esta situación les convierte en casos fallidos que cuentan con grandes probabilidades de acabar sus días dando paso a gobiernos de naturaleza muy diferentes.

En términos generales, y en la medida en que se sigue funcionando con la muy cuestionada diferenciación izquierda-derecha, los cambios citados suponen una inclinación de los países referidos, salvo México, hacia la derecha. Es una evidencia que requiere de análisis más finos a nivel individual para no considerar en el mismo grupo, por ejemplo, a los gobiernos de Brasil y de Chile o de Argentina. No obstante, parece que se empieza a dar una sintonía a la hora de la cooperación transnacional que avala el citado reagrupamiento ideológico programático.

Como he mantenido más arriba, el número de países latinoamericanos que conservan a la democracia representativa como su forma de gobierno es claramente superior a los que han entrado en una deriva autoritaria de diversos matices. Aquellos mantienen la institucionalidad democrática desde hace décadas de forma ininterrumpida. Algunos como Costa Rica desde 1949, Venezuela y Colombia desde 1958, los restantes, con la excepción obvia de Cuba, se fueron incorporando hasta llegar a coincidir con la tercera ola democratizadora que se extendió a finales de la década de 1970 y siguiente. Su rendimiento, en términos de calidad, es disímil. Hay países como Uruguay, Costa Rica y Chile que se sitúan a la cabeza de cualquier clasificación que analice la calidad de su democracia, otros ocupan lugares intermedios[11].

En términos generales, con la excepción de los casos citados anteriormente, la región incorpora el credo democrático a su vida política. Además, las tasas de participación electoral se mantienen estables de acuerdo con el patrón que cada país ha ido configurando; los tribunales desempeñan su función de manera independiente como raramente antes y, más que nunca, hay expresidentes y políticos relevantes en la cárcel o con cuestiones judiciales pendientes; y, finalmente, la mujer tiene una mayor presencia en la arena política[12]. Todos ellos son elementos que permiten referirse al asentamiento de la democracia en la región como nunca antes había sucedido ni en lo atinente al número de países afectados ni en lo relativo a la duración temporal del proceso.

Sin embargo, el nuevo ciclo postsocialismo del siglo XXI muestra inequívocos síntomas de fatiga que afectan a la política de los países de América Latina. Indicios que pueden encontrarse en democracias de otras latitudes y que en su mayoría no representan una originalidad latinoamericana[13]. Se trata del malestar[14] que impera en las sociedades y la crisis que afecta a las instituciones representativas. Sendos factores pudieran ser los ejes definitorios del nuevo ciclo político.

El malestar societal se expresa en la presencia de movimientos de protesta en un clima de conflicto social en un ambiente de radicalización de narrativas, no necesariamente políticas, y de polarización. Tiene como origen el mantenimiento de patrones de desigualdad y de exclusión social, con pautas de distribución de la riqueza muy deficientes, así como por la explícita corrupción cuya visibilidad le hace ser más insoportable y, en tercer lugar, por el imperio cultural del neoliberalismo que, como se señaló más arriba, potencia respuestas individuales y egoístas, confrontadoras de quehaceres tradicionales de acción colectiva y de lógicas de solidaridad en un escenario extremo de sociedades líquidas.

Ello se refleja, animado por las nuevas tecnologías que se han asentado en el ámbito de la comunicación y de la información como ya se ha evidenciado suficientemente en el epígrafe anterior, en la pérdida de confianza en las instituciones, en el retraimiento de lo público y en la insatisfacción con la propia democracia como lo ponen de relieve los estudios de opinión pública. Asimismo, la crisis de la democracia representativa tiene su epicentro en el deterioro del papel clásico de los partidos políticos que sufren una dramática pérdida de identidad y son capturados por parte de candidatos que priman proyectos de marcado carácter personalista. Además, los sistemas de partidos son vapuleados por la alta volatilidad electoral y por su constante fragmentación. Este escenario supone una manifiesta banalidad partidista[15]. Si estas circunstancias se pueden encontrar también en Europa, en América Latina se ven agravadas por el presidencialismo como forma de gobierno. El análisis de los partidos políticos es el eje conductor del siguiente epígrafe.

 

4.       Los rasgos en la evolución de los partidos y de los sistemas de partidos ante el ciclo político latinoamericano

El escenario descrito tiene efectos notables en el universo de los partidos políticos en tres ámbitos diferenciados: la relevancia de los partidos como actores en el proceso de las políticas públicas, la devaluación de funciones clásicas partidistas en torno a la idea de intermediación y la debilidad de los partidos a la hora de incorporar a seguidores. Se trata de problemas de alcance global que afectan a la mayoría de las democracias y que suponen transformaciones profundas en el papel que históricamente han venido jugando los partidos.

Los partidos han perdido relevancia en la puesta en marcha de las políticas públicas como consecuencia de las transformaciones económicas registradas y expuestas más arriba. El capitalismo financiero transnacional, el imperio de la lógica del mercado y la consolidación del modelo de sociedad moderna líquida les vienen alejando de sus capacidades de agregación y de articulación de intereses que terminaban configurando agendas claras del quehacer político. En su proceso de formación de gobierno han perdido igualmente pie frente a candidatos ajenos al mundo partidista con un soporte de notoriedad propia como tecnopols[16], empresarios o como individuos dotados de un capital político personal o delegado (que van desde Romano Prodi, a Emmanuel Macron, sin obviar a Donald Trump, y en América Latina, desde Jimmy Morales a Juan Carlos Varela o Iván Duque, sin dejar de lado a Martin Vizcarra y a Nayib Bukele), Este protagonismo de los líderes se ve animado por su funcionalidad a la hora de centralizar los recursos de todo tipo de las campañas electorales.

La función de intermediación ha decaído ante el empuje de las redes sociales que potencian el papel de “influenciadores” y que imponen un ritmo vertiginoso de actuación que rompe con la dinámica clásica del actuar partidista. La representación queda adocenada ante el impulso del activismo cibernético que trastoca la manera en que la información llega masivamente a la gente de forma selectiva. Además, al incrementarse la polarización de la opinión, gracias al efecto de la radicalización de narrativas no necesariamente políticas de las redes sociales que producen burbujas y cámaras de resonancia, los partidos se ven obligados a seguir esa dinámica con el consiguiente derroche de matices diferenciales. Si hoy la liza es por la atención, no por las ideas, los partidos disminuyen audiencia clamorosamente so pena de trivializar su propio mensaje. En América Latina el índice de polarización muestra el incremento registrado de esta en 10 de los 17 países considerados, tal y como se observa en la tabla 1.

 

 

Tabla 1

Polarización ideológica ponderada en América Latina (1988-2017)

País

1988-2005 (a)

2005-2017 (b)

1988-2017

(a)-(b)

Argentina

2,18

2,88

2,5

+

Bolivia

3,68

7,92

5,378

+

Brasil

2,51

1,86

2,18

-

Chile

5,65

6,68

6,062

+

Colombia

2,44

2,705

2,55

-

Costa Rica

2,64

5,19

3,58

+

Ecuador

4,37

5,67

4,697

+

El Salvador

12,54

13,83

12,867

+

Guatemala

3,09

2,805

2,976

-

Honduras

2,62

2,73

2,668

+

México

4,637

6,896

5,067

-

Nicaragua

11

8,04

10,013

-

Panamá

1,63

2,59

1,95

+

Paraguay

0,79

0,5

0,72

-

Perú

1,985

5,345

3,665

+

República Dominicana

1,623

0,605

1,216

+

Uruguay

5,245

2,08

4,665

-

Nota: Martínez, A. (2017).

 

La incapacidad de incorporar a nuevos seguidores y de mantener a los viejos supone una pérdida notable de una de las principales fortalezas tradicionales de los partidos que era la de la socialización de colectivos afines y su consiguiente capacidad de movilización. La creación de opinión, la gente en la calle, el voluntariado para las campañas electorales y para la jornada electoral constituían el músculo de los partidos que hoy se ha desvanecido. Por otra parte, la existencia de identidades múltiples, que cambian con cierta frecuencia, presentes en los grupos multiculturales de la sociedad moderna líquida, así como las altas cotas de precarización presentes en la sociedad, agudizan el desencuentro entre perspectivas y realidad. En la actualidad, el nivel de identificación partidista se sitúa en las cotas más bajas desde que hay mediciones[17].

En América Latina en 2012, Carreras (2012) alertaba que los partidos en la región no solo no habían colapsado, sino que en cierta medida habían contribuido a la consolidación de democracias frágiles. Alzaba, por consiguiente, su voz frente al derrotismo de las tesis seguidoras del trabajo citado de Mair (2013). Cierto es también que Carreras basaba su optimismo en el desarrollo en la década precedente de partidos de corte indígena, que aseguraban la inclusión, y el fortalecimiento y la llegada al poder de partidos de izquierda, pero también parecía obvio que el momento de mayor protagonismo de los partidos había pasado[18]. Poco después Lupu (2016) desbarataba esa posición mostrando una más crítica y en mi opinión más certera.

Una mirada a lo largo de tres décadas y usando como guía los indicadores más usuales que se aplican al estudio de los sistemas de partidos muestra, dentro siempre de la gran heterogeneidad latinoamericana, cambios relevantes en todos ellos en la misma dirección: el número efectivo de partidos según la tabla 2 se incrementa en 11 de los 17 países considerados, al igual que sucede con la volatilidad electoral presentada en la tabla 4, -en la línea de lo argumentado por Mair (2013) para Europa-, el índice de institucionalización de la tabla 4 desciende en 12 y la competitividad electoral parlamentaria se incrementa ligeramente como puede observarse en la tabla 5. Por otra parte, si en 2004 podían contabilizarse 52 partidos políticos relevantes de 17 países[19] en 2019 hay once presidentes que no pertenecen a ninguna de aquellas formaciones políticas. Solamente los presidentes de Chile, Honduras, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana y Uruguay a fecha de marzo de 2019 pertenecen a partidos políticos que entonces eran relevantes. Los restantes presidentes están vinculados con partidos que no existían entonces o cuya relevancia era mínima.

 

 

Tabla 2

Número efectivo de partidos parlamentarios en América Latina (1988-2017)

País

1988-2005 (a)

2005-2017 (b)

1988-2017

(a)-(b)

Argentina

3,113

4,162

3,381

+

Bolivia

4,488

2,24

3,524

-

Brasil

8,118

11,007

9,356

+

Chile

5,053

5,787

5,367

+

Colombia

2,584

6,227

4,222

+

Costa Rica

2,685

4,047

2,97

+

Ecuador

6,95

3,81

5,9

-

El Salvador

3,27

3,045

3,12

-

Guatemala

3,508

5,9133

4,41

+

Honduras

2,155

2,763

2,416

+

México

2,697

3,573

3,05

+

Nicaragua

2,22

2,555

2,35

+

Panamá

3,77

3,193

3,48

-

Paraguay

2,19

2,98

2,542

+

Perú

3,823

4,255

3,967

+

República Dominicana

2,645

2,4

2,56

-

Uruguay

3,233

2,563

2,898

-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota: Martínez, A. (2017).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tabla 3

Institucionalización del sistema de partidos en América Latina 1988-2017 (por dimensión, en escala de 1-3)

País

1988-2005 (a)

2005-2017 (b)

1988-2017

(a)-(b)

Argentina

1,9473

1,463

1,7107

-

Bolivia

1,6833

1,3587

1,3787

-

Brasil

1,8837

1,6513

1,7537

-

Chile

2,1693

2,0507

2,1183

-

Colombia

1,9533

1,8817

1,852

-

Costa Rica

1,9647

1,898

1,921

-

Ecuador

1,8517

1,5117

1,554

-

El Salvador

2,276

2,302

2,2117

+

Guatemala

1,539

1,5697

1,451

+

Honduras

2,5777

2,273

2,348

-

México

2,2823

2,0197

2,1573

-

Nicaragua

2,1893

1,962

1,912

-

Panamá

1,835

2,1397

1,955

+

Paraguay

2,3863

2,2217

2,114

-

Perú

1,4557

1,0023

1,1773

-

República Dominicana

1,6725

2,5237

2,183

+

Uruguay

2,902

2,967

2,935

+

Nota: Martínez, A. (2017).

 

 

 

 

 

 

 

Tabla 4

Volatilidad electoral por país

País

1982-1986

1987-1990

1991-1995

1996-2000

2001-2005

2006-2010

2011-2018

Argentina*

5.9

5.9

11

5.2

5

10

9.3

9.3

22

14

22

29

37

20

Bolivia

-

31,5

39,3

25,9

61,2

40,7

39,2

Brasil

-

35,6

18,0

15,3

16,3

11,1

23,9

Chile

-

-

17,4

18,4

1,8

18,2

14,0

Colombia

14,1

14,2

22,6

29,7

39,6

51,3

44,0

Costa Rica

18,5

10,4

12,0

15,9

31,4

27,1

30,5

Ecuador

41,5

27,4

20,2

27,7

41,0

42,2

37,6

El Salvador

-

24,3

22,9

19,7

11,4

4,3

2,4

Guatemala

-

55,6

54,2

42,5

51,1

46,6

55,8

Honduras

4,2

7,2

9,6

6,3

6,1

15,1

42,4

México

-

-

19,5

14,5

16,2

23,7

14,1

Nicaragua

-

56,4

17,1

15,3

35,9

-

55,8

Panamá

-

-

-

11,5

12,4

14,3

19,4

Paraguay

-

-

33,9

19,9

38,5

16,3

40,1

Perú

52,7

50,3

69,0

41,3

44,7

44,5

44,6

República Dominica

13,2

23,7

26,3

22,8

10,6

25,3

7,8

Uruguay

-

13,4

17,0

10,1

26,8

7,8

4,7

Venezuela

15,8

19,7

35,2

40,8

48,2

36,9

38,6

Nota: Elaborado por Melany Barragán.

(*) Hay dos mediciones por periodo por tener elecciones cada dos años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tabla 5

Competitividad electoral parlamentaria en América Latina (1988-2017)

País

1988-2005 (a)

2005-2017 (b)

1988-2017

(a)-(b)

Argentina

15,807

25,588

16,831

+

Bolivia

6,73

35,07

15,77

+

Brasil

2,803

1,283

2,655

-

Chile

8,333

10,553

9,284

+

Colombia

31,64

3,623

21,076

-

Costa Rica

5,703

15,207

10,53

+

Ecuador

8,6933

33,74

17,04

+

El Salvador

10,04

2,825

12,35

-

Guatemala

15,522

14,83

15,263

-

Honduras

9,573

11,717

10,491

+

México

25,3

18,4

22,5

-

Nicaragua

8,333

26,63

15,65

+

Panamá

20,87

14,467

17,67

-

Paraguay

15,625

14,583

19,25

-

Perú

20,628

6,44

15,898

-

República Dominicana

12,748

20,475

15,32

+

Uruguay

5,723

18,2

8,838

+

Nota: Martínez, A. (2017).

 

Ahora bien, lo que resulta interesante a efectos de este trabajo es la naturaleza de las plataformas electorales que resultaron ganadoras del Poder Ejecutivo en el último lustro en contextos, todos ellos, marcados por el presidencialismo. Hay tres consideraciones que deben tenerse en cuenta: la llegada al poder de maquinarias electorales con características heterogéneas en función de su condición coalicional (o no) que arropan a candidatos fuertes (Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Jair Bolsonaro e Iván Duque son ejemplos de líderes de amplias coaliciones electorales, mientras que Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele alcanzaron la mayoría absoluta con una plataforma cohesionada en torno a sus figuras); el arropamiento del Poder Ejecutivo por parte de un partido propio en el Legislativo (solo se da en México con Morena -y en Bolivia y Uruguay con el MAS y el Frente Amplio que deberán revalidar su éxito en el último trimestre de 2019-) registrándose una menor concentración electoral parlamentaria en 11 de los 17 países considerados como puede apreciarse en la tabla 6; y la tendencia a la baja en la perduración en puestos de relieve del sistema político de partidos con más de tres lustros de antigüedad.

Tabla 6

Concentración electoral parlamentaria en América Latina (1988-2017)

País

1988-2005 (a)

2005-2017 (b)

1988-2017

(a)-(b)

Argentina

77,069

59,782

76,102

-

Bolivia

55,19

92,327

66,153

+

Brasil

37,563

30,783

35,565

-

Chile

52,918

45

49,524

-

Colombia

80,25

45,853

64,986

-

Costa Rica

84,65

63,157

80,35

-

Ecuador

47,2733

65,3067

53,28

+

El Salvador

73,85

78,273

64,57

+

Guatemala

70,816

69,11

70,176

-

Honduras

95,9

82,557

90,181

-

México

78,3

67,5

74

-

Nicaragua

94,567

82,065

89,56

-

Panamá

66,657

73,167

69,91

+

Paraguay

93,333

78,05

93,645

-

Perú

64,93

64,135

64,665

-

República Dominicana

81,19

85,415

82,6

+

Uruguay

69,027

84,19

72,478

+

Nota: Martínez, A. (2017).

 

A lo largo de 2019, las elecciones en Panamá, Guatemala, Argentina, Uruguay y Bolivia, por el variopinto -aunque muy representativo a escala regional- papel que juegan sus respectivos sistemas de partidos, servirán para confirmar alguno de los supuestos mencionados.

 

5.       Consideraciones finales

Los partidos políticos son actores extremadamente permeables a los cambios que se registran en la sociedad y en el marco institucional de la política. Las transformaciones registradas en el mundo en el último cuarto de siglo gracias al papel central de las aplicaciones y de los buscadores en la intermediación gravitan sobremanera en su configuración, así como en las expectativas que se habían ido consolidando en el medio siglo anterior acerca de su funcionalidad para con el sistema político. Esto ha sucedido justo en un momento de inequívoco incremento del número de países que accedieron a la democracia con el consiguiente efecto sobre el papel que se suponía los partidos deberían jugar de acuerdo con la evidencia acumulada en el pasado. Todo ello ha generado cierta confusión tanto en el terreno de la teoría como en el ámbito del deber ser. A veces se demanda a los partidos que compiten hoy en la arena política que sigan pautas de antaño sin tener en cuenta lo acaecido descrito en las páginas anteriores.

Sin embargo, una vez rotos los vínculos de confianza de la gente con los partidos y su alejamiento en términos identitarios, el escenario resulta proceloso. A ello se añade la velocidad con la que se producen los cambios para los que el tiempo institucional se ve desbordado sin margen para adaptarse. También se agrega, como ya se señaló, la ampliación de la capacidad de captar datos y de manejarlos por instancias privadas que han adquirido un poder impensable que les lleva a ser las corporaciones empresariales más fuertes del mundo. La sociedad del cansancio, que tan bien ha identificado Byung-Chul Han (2012), se acomoda perfectamente a la oferta pergeñada por líderes individuales que configuran en su entorno máquinas de actuación política, que se identifican con los partidos del presente, a la hora de competir en la liza electoral sobre la que sigue descansando la democracia. Una contienda que no tiene una contrapartida y que se alza como la única legitimidad plausible en términos de lo que Juan Linz ya señaló como “el único casino en el pueblo” (1990, p. 29).

Incluso los movimientos sociales, que demandan cambios profundos ante el malestar generalizado, terminan confluyendo en soluciones que amparan fuertes liderazgos de manera que tanto su éxito como su continuidad se vinculan a individuos[20]. Los vínculos emocionales se imponen sobre asuntos programáticos que, además, apenas si quedan reducidos a media docena de eslóganes vacíos. Así, se fortalece el principio de personalización de la política que actúa en clave movimientista frente a la idea de institucionalización más de acuerdo con las pautas de una legitimidad legal racional hoy fuertemente cuestionada. En este escenario los partidos actúan a veces por imperativo legal a la hora de conformar las candidaturas y, en la mayoría de los casos, como factores de operatividad de la política para reclutar al personal y para coordinar sus intervenciones.

Los nombramientos en el marco del Ejecutivo y el funcionamiento del Legislativo requieren del encuadramiento de un grupo numeroso de personas que mantengan ciertos lazos de lealtad y que asuman con disciplina las decisiones de la cúpula. En este escenario, no obstante, siguen teniendo relevancia las reglas electorales fundamentalmente en lo que se refiere a la existencia de elecciones primarias, de listas cerradas o abiertas y en las magnitudes de los distritos, así como el tema más complejo (y opaco) de la representación política que supone la financiación de las campañas electorales.

Los partidos no van a volver a ser lo que fueron, pero no van a dejar de existir. La vinculación que hace casi setenta años hizo Maurice Duverger (1957) entre su razón de ser y la democracia representativa, a pesar de su fatiga, sigue vigente. Los cambios profundos que se vienen registrando de la mano del impulso de la universalización de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación en connivencia con el fortalecimiento del capitalismo digital imponen ajustes como son los que hoy configuran a Emmanuel Macron y la República en Marcha (LaREM; cuyo nombre oficial es Asociación para la Renovación de la Vida Política , en francés, Association pour le renouvellement de la vie politique) partido político socioliberal, o a Andrés Manuel López Orador y la Morena (conocido como Movimiento Regeneración Nacional, por el nombre de la asociación civil que le dio origen) y que es un partido político de izquierda.

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias bibliográficas

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* Español, politólogo, correo malcanta@usal.es. Profesor visitante Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia). Catedrático de la Universidad de Salamanca. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (1976) y doctor en Ciencias Políticas (1984) por la Universidad Complutense de Madrid. Ha dictado cursos en distintas universidades españolas: Autónoma de Madrid, Autónoma de Barcelona, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Internacional de Andalucía, País Vasco, Santiago de Compostela y Valencia; y en universidades extranjeras: Georgetown University, Universidad de Belgrano, Universidad Católica de Quito, Universidad de Costa Rica, Flacso-México, entre otras.

[1] La cita continúa: “Cuando el mundo cambia, las personas se sienten desorientadas y perdidas. Las emociones más comunes son la desesperanza y un temor a la aniquilación que, en circunstancias extremas, puede conducir a la violencia” (Amstrong, 2009, p. 29).

[2] Ver Jonathan Haskel y Stian Westlake (2008).

[3] Habiendo creado el término de posverdad que desde 2016 domina el mundo mediático. Ver Jordi Ibáñez Fanés (2016) y Roberto Aparici, David García Marín (2019).

[4] “Lo que caracteriza a la naturaleza de la inteligencia artificial que hoy está en expansión no es la capacidad de duplicar nuestros recursos imaginativos, creativos o lúdicos para buscar finalmente superarlos, sino la aptitud para sobrepasar sin medida conocida el poder cerebral y cognitivo humano en ciertas tareas específicas, en vistas a garantizar la gestión de actividades existentes o nuevas de modo infinitamente más rápido, optimizado y fiable” (Sadin, 2019, p.143).

[5] El autor israelí señala que:

…para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos. (2019, párr. 2).

[6] Ver Éric Sadin (2019).

[7] La sociedad moderna líquida es aquella “en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas” (Bauman, 2013, p. 9).

[8] Ver Manuel Alcántara (20018a).

[9] Ver Manuel Alcántara, Daniel Bouquet y Maria Laura Tagina (2018b).

[10] Ver Manuel Alcántara (2019).

[11] Ver Manuel Alcántara (2014).

[12] Aunque precisamente en 2019 no haya ninguna mujer que ocupe la presidencia de la República.

[13] Con independencia de que en América Latina se dan tres viejas cuestiones que durante mucho tiempo han sido emblemáticas de su comportamiento político y que siguen teniendo un impacto notable en su devenir político cotidiano: se trata del conflicto entre los poderes del Estado, del papel de los militares y de la presencia de los Estados Unidos.

[14] Ver Manuel Alcántara y Timothy Power (2017).

[15] Me apropio el término de Peter Mair (2013). En este libro, y siempre bajo el crisol de la realidad política europea, Mair enfatiza cómo los ciudadanos ni confían en los partidos políticos en general ni se identifican con alguno en particular. El número de miembros con carnet ha declinado enormemente, el porcentaje de votantes que se abstienen de acudir a votar elección tras elección ha aumentado notablemente, poniendo en tela de juicio el tradicional rol de los partidos como elemento de transmisión de los intereses ciudadanos ante el Estado, y quienes siguen acudiendo a las urnas para hacer valer su voz tienden a cambiar sus preferencias de una elección a otra con lo que se incrementa la volatilidad, además, dejan de lado su apoyo a partidos tradicionales y optan por soluciones nuevas cada vez.

[16] Se refiere a los tecnopolíticos que tienen uso táctico y estratégico de las herramientas digitales.

[17] México es una excepción a esta tendencia producto posiblemente de la euforia desencadenada por las elecciones de 2018, ya que el 38% de los entrevistados dijeron tener mucha identificación con un partido político (ver encuesta en Milenio del 22 de febrero de 2019), cifra que dobla el promedio europeo.

[18] Posiblemente dicho momento se dio en los prolegómenos de la publicación de Manuel Alcántara (2004).

[19] Ver Manuel Alcántara (2004).

[20] Los casos son muy numerosos, baste recordar a Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega. Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele son ejemplos vinculados al nuevo ciclo político.