De optimismo a pesimismo democrático: ¿crisis en América Latina?1

Miguel Ángel Lara Otaola*

Diego Marroquín Bitar**

https/doi.org/10.35242/RDE_2020_29_1

Nota del Consejo Editorial

Recepción: 10 de junio de 2019.

Revisión, corrección y aprobación: 21 de octubre de 2019.

Resumen: Analiza el desarrollo de la democracia en América Latina, desde la llamada tercera ola democrática en 1978 hasta los cambios experimentados durante la última década. Utilizando indicadores regionales realiza un balance entre los logros materializados en los últimos cuarenta años y concluye que son mayores los logros que las derrotas en el ámbito democrático.

Palabras clave: Desarrollo de la democracia / Debilitamiento de la democracia / Apatía política / Crisis política / Integridad electoral / Regímenes políticos / Régimen político democrático / América Latina.

Abstract: It analyzes the development of democracy in Latin America from the so-called third democratic wave in 1978 up to the changes that took place throughout the last decade.  Using regional indicators, the study carries out an assessment of the achievements accomplished in the last forty years.  The study concludes that, in the democratic field, the achievements are much more than the setbacks.

Key Words: Development of democracy / Weakening of democracy / Political apathy / Political crisis / Electoral integrity / Political regimes / Democratic political regime / Latin America.

 

 

 

 

 

 

“Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos”

Octavio Paz

 

1.       Introducción

Protegida por el imperio de la ley y respaldada por la voluntad popular, la democracia es el único sistema político que impone límites y contrapesos al ejercicio arbitrario del poder, a la restricción de las libertades civiles y a las leyes aprobadas por decreto sin previo debate (Evans, 2010). En las últimas cuatro décadas, la gran mayoría de los países de América Latina han transitado hacia sistemas democráticos en lo que Huntington llamó la “tercera ola democrática” (Huntington, 1991). Es decir, como distintos indicadores y análisis de expertos señalan (Zovatto, 2018), no solamente ha incrementado el número de gobiernos representativos y de elecciones limpias, sino también la integridad de estas y el respeto por los derechos político-electorales de los ciudadanos de la región.

Sin embargo, si se compara el período de transición democrática que comenzó en República Dominicana en 1978 –y fue extendiéndose hacia Centroamérica, la región andina y el Cono Sur– con los retrocesos experimentados en los últimos 10 años, podría señalarse también un deterioro en la salud de los regímenes políticos de América Latina. El presente artículo analiza los principales avances logrados desde el inicio de la tercera ola y los contrapone al debilitamiento de los componentes democráticos observados en la última década, en particular, la disminución de libertades y la reducción en el número de democracias electorales en la región.

¿Estamos frente a un proceso de erosión democrática y de un ominoso cambio de trayectoria como se ha visto en Nicaragua y Venezuela? ¿Puede replicarse este patrón de retroceso y declive en el resto de la región? ¿O es que, a pesar del aumento de la insatisfacción con nuestros sistemas políticos, la persistencia de la democracia después de cuatro décadas es una señal de que, pese a los retos y los retrocesos, esta llegó para quedarse y es ya parte del ADN latinoamericano?

En el artículo utilizamos distintos indicadores regionales para hacer un balance entre los logros materializados en los últimos cuarenta años -desde el inicio de la tercera ola en América Latina en 1978- y los cambios experimentados durante la última década. Concluimos que son mayores las victorias que las derrotas en el terreno democrático. Sin embargo, no podemos darlas por sentado: las conquistas democráticas deben ser defendidas y expandidas, especialmente en tiempos de desencanto, tendencias delegativas y rechazo al actual orden político.

La democracia es una creación frágil, no es inevitable y debe ser protegida. Para evitar el crecimiento de patrones negativos y una narrativa pesimista sobre la evolución de los sistemas políticos de la tierra liberada por Bolívar, es necesario observar la tendencia general de las últimas cuatro décadas, defender los avances logrados y, de manera simultánea, traer más y mejor democracia a la región.

 

2.       Consolidación de la democracia electoral (1978-2018)

En 2018, América Latina celebró el cuadragésimo aniversario de la tercera ola democrática. Empezando en 1978, la transición y apertura del sistema político de República Dominicana se produjo con el fin del gobierno autoritario de Joaquín Balaguer (1966-1978). Países como Ecuador (1979), Perú (1980), Bolivia (1982), Honduras (1982), Argentina (1983), Brasil (1985), Paraguay (1989) y Chile (1990) hicieron lo propio y terminaron con el yugo de la dictadura militar; mientras que Nicaragua (1990) y el Salvador (1992) superaron guerras civiles mediante gobiernos elegidos en las urnas (Zovato y Becerra, 2010). Otros países como México seguirían el ejemplo mientras emprendían un largo camino hacia la democracia con la adopción de elementos constitucionales consensuales, la ampliación del pluralismo y la transición al poder compartido (Lujambio y Segl, 2000, p. 101). Gradualmente, las elecciones se multiplicaron y, con la mejora en su calidad, la certidumbre en los procesos acompañada de la incertidumbre en los resultados electorales se convirtió en el criterio del nuevo orden político de la región.

De acuerdo con el análisis de Møller y Skaaning sobre la distribución de los regímenes políticos en el mundo, América Latina es el mejor ejemplo global de la ola democratizadora (Møller y Skaaning, 2013)[1]. Durante el período que comprende su estudio (1972-2012), los autores señalan que las Américas experimentaron un importante crecimiento en el número de democracias electorales (regímenes con elecciones regulares y estándares mínimos de integridad electoral), pasando de 11 a 23 países de un total de 26.

Según el mismo estudio, esta mejora no solo fue cuantitativa con un mayor número de democracias, sino también se observó un aumento en su calidad. Así, sistemas políticos como el de Chile y Uruguay han transitado de ser democracias minimalistas (con celebración regular de elecciones) a electorales y, finalmente, al nivel de democracias liberales (regímenes democráticos con un Estado de derecho fuerte y altos niveles de integridad electoral). Como la figura 1 demuestra, estos datos también son respaldados por los reportes de Freedom House sobre la presencia de democracias electorales en la región: de 4 a 15 países en cuatro décadas. En resumen, en 40 años la tendencia se invirtió: de un total de 20 países, pasamos de 16 regímenes no democráticos en 1978, a 15 democracias electorales en 2018 (Freedom House, 2018).

Figura 1. Evolución de las democracias electorales en América Latina. Elaborado con datos de Freedom House.

En el mismo sentido, haciendo un análisis de los Índices del Estado Global de la Democracia producidos por IDEA Internacional (GSoD, por sus siglas en inglés), a través del tiempo se observa una evolución positiva en todos sus atributos. Sobre este punto, en los índices de GSoD no sólo se evalúa si un país celebra elecciones de manera regular –definición mínima de democracia–, sino también se analizan otros aspectos clave como la medida en que el acceso a puestos de poder es competitivo, la existencia de una administración imparcial, el respeto a derechos como la libertad de expresión y el grado en que cortes, parlamento y medios de comunicación ejercen contrapesos al gobierno en turno[2].

Entre otras cosas, la dimensión de gobierno representativo de GSoD demuestra que, desde 1978, como se observa en la figura 2, las elecciones en la región han sido más frecuentes y limpias –con menos manipulaciones, irregularidades y fraudes– y los partidos políticos han encontrado menos obstáculos para organizarse y participar en ellas. Es decir, en cuatro décadas la región ha fortalecido la calidad y resiliencia de sus democracias.

Dimensión de gobierno representativo (1975-2017)•América Latina y el Caribe

 

Figura 2. Evolución del componente de gobierno representativo. Tomado de Índices del Estado Global de la democracia, IDEA Internacional (2017).

También es importante notar, como muestra la figura 3, que según el Índice de Percepciones de Integridad Electoral (PEI, por sus siglas en inglés) de las Universidades de Sídney y Harvard, la calidad de las elecciones en las Américas (56 puntos de 100) es la segunda más alta del mundo después de la de Europa Occidental (74 puntos de 100)[3]. Esto también refleja procesos electorales con un creciente nivel de legitimidad, mayores garantías a la participación política y la presencia de organismos de administración y justicia electoral cuyos procesos y capacidades para resolver controversias electorales se han visto fortalecidos con el paso del tiempo.

Figura 3. Niveles de integridad electoral en el mundo. Elaborado con base en los datos del Proyecto de Integridad Electoral (2018).

Por último, en cuanto al aumento de libertades, según la clasificación de regímenes políticos de Freedom House, el fin de las dictaduras militares y las guerras civiles trajo consigo una mejora pronunciada en las libertades políticas de la región. Según la clasificación de la misma institución, el número de países catalogados como “libres” aumentó de 8 a 20 desde el inicio de la tercera ola democrática, datos que se representan en la figura 4.

Figura 4. Clasificación de los regímenes políticos en América Latina y el Caribe. Elaborado con datos de Freedom House.

En suma, en 40 años el sufragio universal se convirtió en la norma y no en la excepción de América Latina. Exceptuando a Cuba, Nicaragua y Venezuela, hoy en día, casi todas las ‘nuevas’ democracias latinoamericanas celebran elecciones multipartidistas y competitivas (IDEA Internacional, 2017). Parecería que el camino a la democracia es irreversible, pero los últimos años presentan señales de alerta.

 

3.       La década perdida (2008-2018): ¿crisis democrática en América Latina?

El final del siglo pasado trajo consigo importantes cambios en materia de democratización y de aumento de libertades. Eventos como la caída del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y el fin del apartheid en Sudáfrica parecían indicar que la tendencia global, al igual que en América Latina, eran las transiciones pacíficas y la creación de contrapesos al ejercicio arbitrario del poder (Galston, 2018). No sólo limitado a nuestra región, en el resto del mundo, la democracia liberal se cimentaba como la única forma legítima de gobierno y esta pasaba a ocupar un lugar preeminente en el nuevo orden internacional. En palabras de Francis Fukuyama, nos acercábamos al “fin de la historia” con la llegada de la democracia liberal como su pilar principal (Fukuyama, 1992, pp. 26-28). No obstante, el optimismo democrático no duraría mucho tiempo.

Siguiendo el punto anterior, si el proceso de democratización es analizado desde una óptica de largo plazo, los avances de la tercera ola en este terreno son bastante claros. Sin embargo, si nos enfocamos en los eventos de los últimos 10 años (2008-2018), existen algunas tendencias negativas. La evolución puede observarse en la figura 5.

Primero, la caída en el número de democracias electorales. Según Freedom House (2019), mientras en 2008 había 19 democracias electorales y un régimen autoritario (Cuba); para 2018 el número de democracias se redujo a 15 y el de regímenes que no alcanzaban esta clasificación se elevaba a 5. A Cuba se sumaban Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela, como regímenes no considerados democracias electorales (por distintas razones).

Figura 5. Evolución de las democracias electorales en América Latina (2008-2018). Elaborado con datos de Freedom House.

Segundo, episodios de clara regresión democrática. El desmantelamiento de las instituciones en Venezuela iniciado  por Hugo Chávez (1999-2013), las elecciones fraudulentas organizadas por su sucesor sin la presencia de observadores internacionales, la perpetuación en el poder del presidente Evo Morales, la decisión de no renovar el mandato de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y la brutal represión por parte del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua son algunos ejemplos de este fenómeno (Carothers, 2009, p. 14).

Para autores como Guillermo O’Donnell, durante el siglo pasado los promotores de la democracia se enfocaron en las transiciones políticas como indicadores de éxito, pero subestimaron el hecho de que las instituciones eficaces y las prácticas favorables a la democracia no se construyen en un día, sino que son parte de un complejo proceso de aprendizaje con avances y retrocesos (O’Donnell, 1994, y Thomas, 2007).

Por un lado, tan pronto regresaron a la democracia, países como Chile y Uruguay reestablecieron las instituciones políticas anteriores y rescataron sus experiencias con el pluralismo político. Por otro lado, otros países de la región no contaban con ese legado institucional y, además de lidiar con un bagaje autoritario, debían enfrentar nuevos problemas sociales y económicos que ninguna de las democracias más antiguas había enfrentado desde sus comienzos (O’Donnell, 1994). Es decir, a 40 años de la tercera ola democrática, las experiencias regionales demuestran que la construcción de prácticas e instituciones democráticas no es irreversible.

Desde 2008, estas diferencias entre países continúan creciendo y reflejándose en indicadores como es el caso del Democracy Index (DI, por sus siglas en inglés) elaborado por la revista The Economist para medir la calidad de las democracias a nivel mundial. En 2018, la calificación promedio de los países de Centroamérica en el DI era de 5,9 puntos sobre 10, mientas que la de Uruguay era de 8,38 puntos, clasificándose como la única “democracia plena” de la región (The Economist, 2018).

Tercero, la desafección democrática y el malestar con el statu quo. Según Latinobarómetro, en los últimos 10 años, la democracia en América Latina ha estado bajo fuerte presión: cae la confianza en sus instituciones y el apoyo a estas mientras que el porcentaje de la población indiferente (entre sistemas democráticos y autoritarios) ha crecido del 19% al 28% de los latinoamericanos (Latinobarómetro, 2018). Es importante resaltar también que, en 2018, el promedio de satisfacción con la democracia se encuentra en su punto más bajo desde 1995 –año en que Latinobarómetro inició este ejercicio– con sólo 24% de la población satisfecha[4].

La misma tendencia es observada en indicadores como la confianza en los gobiernos y las instituciones electorales, que cayeron de 44% a 22% y de 43% a 28% respectivamente en la última década. Con casos como el de Brasil donde solo 7% de la población confía en el actuar de su gobierno y 6% en los partidos políticos, resulta fácil entender que la desconfianza respecto de la política y la fatiga democrática (Zovato, 2019) se traduzcan en la irrupción de candidatos populistas y anti-establishment[5] como Bolsonaro (Casullo, 2019).

Cuarto, disminuciones en los niveles de integridad electoral. Casos como las irregularidades reportadas por la Organización de los Estados Americanos durante las elecciones generales de Honduras en 2017 (OEA, 2017, p. 13) y el pobre desempeño de países como Haití en el PEI desarrollado por Pippa Norris en 2018 (32 de 100 puntos) revelan también retrocesos importantes en la calidad de nuestras elecciones (Norris, 2018).

En resumen, a diferencia del pensamiento optimista del siglo pasado, en los últimos años, una narrativa pesimista sobre el futuro de la democracia se ha apoderado de la opinión pública, del sentimiento popular y de las agendas de investigación[6]. Las regresiones experimentadas, la disminución de libertades, los casos de represión a los votantes y de manipulación de instituciones pueden considerarse como señales alarmantes sobre el futuro de nuestras democracias, lo que nos deja una serie de preguntas: ¿ante este nuevo y complejo escenario, puede asegurarse la gobernabilidad y la permanencia de las democracias de la región? Y, de la misma forma ¿dados los retrocesos observados, estamos frente a un proceso inédito de erosión democrática en América Latina? La respuesta a estas interrogantes se encuentra en el marco cronológico.

 

4.       Balance: ¿vaso medio lleno o medio vacío?

Para hacer un balance entre los logros conseguidos con la tercera ola de la democracia (a partir de 1978) y los retrocesos experimentados desde 2008, es necesario estudiar el contexto actual y compararlo con el desarrollo histórico de nuestros sistemas políticos. En este sentido, para determinar si los últimos 10 años son una primera señal de un futuro ominoso como las narrativas pesimistas apuntan, vale la pena primero preguntarse si el actual episodio de erosión institucional y de derechos es un fenómeno nuevo en la historia democrática de América Latina. La respuesta es no.

Como el siguiente gráfico demuestra (figura 6), el período que comprende desde el año 2008 hasta el 2018 no es la primera instancia posterior a 1978 donde los regímenes políticos de la región han experimentado retrocesos significativos. Eventos como los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el gobierno autocrático de Alberto Fujimori (1990-2000) en el Perú, el fraude electoral en República Dominicana con la elección de Joaquín Balaguer (1994), la separación del cargo de Abdalá Bucaram en Ecuador (1997) después de que este desconociera la votación del Congreso Nacional para destituirlo y los golpes de Estado en Haití (1991 y 2004) son algunos ejemplos de que el período de 2008 al 2018 no es el primer episodio de regresión y deterioro democrático experimentado desde que comenzó la tercera ola democrática. Sumando al punto anterior, no sólo América Latina ha registrado disminuciones en libertades civiles y políticas desde 2008.

De la misma forma, a pesar de las regresiones mencionadas y la disminución de libertades vistas desde 2008, según el mismo índice, el porcentaje de regímenes políticos clasificados como “libres” en América Latina ha crecido del 31% al 63% en los últimos 40 años. Dicho de otra forma, en realidad lo que se puede inferir de este período es que la época de las grandes victorias y transiciones quedó atrás en la historia y que, en un complejo contexto político, económico y social, el verdadero reto es continuar los avances –a menor escala que en tiempos anteriores– hacia la democracia liberal.

Figura 6. Porcentaje de regímenes libres en América Latina (1975-2018). Elaborado con datos de Freedom House.

Más que la imagen de una persona escalando una montaña sin cuerdas, protección y con el peligro constante de caer hacia el abismo (de la autocracia), el estado actual de las democracias en América Latina se asemeja al de un alpinista experimentado –con una serie de herramientas, entre ellas, niveles altos de integridad electoral, pesos y contapesos, etc.– que parece avanzar de manera lenta pero concienzuda a su meta. Todo esto al mismo tiempo que este debe hacer frente a nuevos retos como la desafección democrática y la entrada en escena de líderes populistas que buscan colocarse por encima de las instituciones del poder compartido. Es decir, el desafío sigue siendo enorme, pero el impulso por ascender parece mantenerse a través del tiempo.

Ahora bien, habiendo demostrado que los últimos 10 años no son un período atípico en la historia de la región, ¿puede decirse que esta recesión es diferente a las anteriores, o más bien forma parte de la misma política de siempre en América Latina? La respuesta es una combinación de las dos.

Primero, las tendencias delegativas descritas por O’Donnell siguen estando presentes en la región. Políticos como Andrés Manuel López Obrador en México y Jimmy Morales en Guatemala han sabido aprovechar el descontento con la política tradicional y se han colocado como hombres fuertes [caudillos] por encima de intereses partidistas, de los mecanismos de rendición de cuentas como intérpretes legítimos de los sentimientos populares (O’Donnell, 1994). La diferencia con décadas anteriores es que este fenómeno no es privativo de América Latina y se ha instalado en países como la Italia de Matteo Salvini, los Estados Unidos de Donald Trump y la Hungría de Viktor Orbán, por citar algunos ejemplos. Según el Índice de Libertad de Freedom House, en 2018 se cumplieron 12 años consecutivos de disminución de las libertades a nivel global. En la actualidad, tanto el impulso delegativo como la tentación populista son un fenómeno global e independiente de la ubicación de los países en el espectro político, no una manifestación del ADN latinoamericano. Y esto, es lo que lo hace especialmente preocupante: mientras que en la década de los 90 el espíritu era de libertad, optimismo y “fin de la historia”; en 2019 parece ser que el espíritu es el contrario, lo que complica el ascenso de nuestro ya algo experimentado alpinista.

 

5.       Conclusión

El final del siglo pasado trajo consigo importantes victorias en materia de democratización, integridad y de expansión de las libertades civiles. Como distintos indicadores demuestran, los países de América Latina empezaron, con luces y sombras, su camino hacia la democracia en un ambiente político favorable a las transiciones y a la dispersión del poder.

En este contexto, un clima general de optimismo sobre el futuro de la democracia envolvió a la región y al resto del mundo. En lo que Timothy Snyder llamó la “política de la inevitabilidad”, parecía que el camino a las democracias era tanto ineludible como irreversible. La historia se movía en una sola dirección: hacia la democracia liberal (Snyder, 2017, pp. 118-120).

Al aceptar esta narrativa sobre la “política de la inevitabilidad” y del “fin de la historia”, tomadores de decisiones y miembros de la academia subestimaron tareas pendientes como lo eran la creación de instituciones democráticas eficaces, reglas claras y la superación de nuestros legados autoritarios. Como resultado de lo anterior y tres décadas después, el optimismo fue reemplazado por la fatiga democrática y posteriormente por episodios de regresión en la evolución de nuestros sistemas políticos.

¿Significa esto que la región está perdiendo el rumbo de manera irremediable? No necesariamente, y para entender lo anterior resulta útil hacer un análisis de nuestro marco cronológico.

Primero, posterior a 1978, el número de las democracias electorales de la región ha incrementado de manera significativa. Segundo, lo mismo puede decirse sobre la integridad de nuestras elecciones y de la expansión de nuestras libertades: a pesar del clima pesimista, los avances vistos desde que comenzó la ola democrática en 1978 son mucho mayores y de mayor profundidad que los retrocesos experimentados en los últimos 10 años. Dicho de otra forma, parece que el vaso está medio lleno, sin embargo, persisten grandes desafíos.

¿Qué quiere decir esto? Además de superar la dicotomía del optimismo/pesimismo para defender los avances logrados hasta el momento, las democracias de la región deben hacer frente a nuevos retos como el distanciamiento de los votantes con los partidos, la desconfianza en las instituciones y los casos de corrupción que no se limitan a un solo territorio nacional. América Latina merece más y mejor democracia, pero eso solo se puede lograr con la aquiescencia, complicidad y el interés de sus ciudadanos. Ese es el verdadero reto democrático después de 1978.

 

Referencias bibliográficas

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1 Ponencia presentada en el congreso Análisis de las elecciones en América Central, México y República Dominicana”, celebrado en el Tribunal Supremo de Elecciones de Costa Rica en noviembre 2018.

* Mexicano, politólogo, correo m.laraotaola@idea.int. Doctor en Política (University of Sussex), MSc en Política Comparada (London School of Economics), MPA en Políticas Públicas y Licenciatura en Relaciones Internacionales (Tecnológico de Monterrey). Actualmente es jefe de la Oficina para México y Centroamérica, IDEA Internacional. Tiene amplia experiencia académica y práctica en el terreno de asistencia democrática y electoral a nivel internacional. Ha colaborado en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Instituto Nacional Electoral de Mexico (INE) y el Overseas Development Institute del Reino Unido, entre otros. Recientemente colaboró también con el Proyecto de Integridad Electoral de las Universidades de Sídney y Harvard. Además, ha participado como observador electoral en distintas misiones en Asia, Australia, Europa y América Latina. Tiene una Maestría en Política Comparada por la London School of Economics y un Doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Sussex, en Reino Unido.

** Mexicano, relacionista público, correo dmarroqub@gmail.com. Estudiante de Maestría en Políticas Públicas por la Universidad de Georgetown. Actualmente se desempeña como Consultor en IDEA Internacional y ha colaborado con el Tribunal Electoral de México y el Atlantic Council en Washington, D.C. Sus intereses de investigación son la promoción de la democracia y el desarrollo, con especial énfasis en el ámbito regional latinoamericano, las políticas públicas que maximizan las libertades de los individuos y la política económica internacional.

[1] En este, los autores clasifican a los regímenes políticos del mundo en función de su grado de democratización. Su tipología reconoce cuatro tipos de democracias: democracias minimalistas (elecciones regulares y competencia política), democracias electorales (democracias minimalistas con un nivel mayor de integridad electoral), poliarquías (democracias electorales con respeto a las libertades políticas de asociación y expresión) y democracias liberales (poliarquías con Estado de derecho) (Møller y Skaaning, 2013, p. 98).

[2] Los componentes de los Índices del Estado Global de la Democracia de IDEA Internacional miden distintos atributos de la democracia en una escala de 0 (menor grado de desarrollo democrático) a 1 (mayor grado de desarrollo democrático). El componente de gobierno representativo se refiere a la medida en que el acceso al poder político es libre y equitativo, lo que se expresa a través de elecciones competitivas, inclusivas y periódicas. Esta dimensión está relacionada con el concepto de democracia electoral y está dividida en cuatro atributos: elecciones limpias, sufragio inclusivo, partidos políticos libres y gobierno electo.

[3] El Índice de Percepción de Integridad Electoral (PEI, por sus siglas en inglés), creado a través de una encuesta realizada en 153 países aprovecha el conocimiento especializado de expertos y registra sus percepciones sobre la calidad de cada una de las 11 subdimensiones del ciclo electoral (incluidas las leyes electorales, la distritación electoral, el registro de votantes, los medios de comunicación, el recuento de votos y las autoridades electorales, entre otras). Desde 2012, 3861 expertos han brindado información sobre 337 elecciones realizadas en 166 países alrededor del mundo. El puntaje general de Integridad Electoral varía de 0 a 100 puntos.

[4] Todos los países considerados en el estudio se ubicaron por debajo del 50% en satisfacción con la democracia (Latinobarómetro, 2018).

[5] Entiéndase a una persona o grupo de personas con una ideología disconforme con el orden político o social establecido.

[6] Léase Arch Puddington (2008), Larry Diamond (2008), Steven Levistky (2018